Wilson Alexis

Hay cosas que me rompen el corazón, pero pocas cosas me rompen el corazón tanto como ver una tumba pobre. Todas las tumbas son miserables en sí, pero una tumba pobre ha de ser la expresión más deprimente de la muerte en la tierra. Wilson tenía 26 años y acababa de tener un hijo. Ahora lo que queda de Wilson descansa enterrado en una fosa improvisada, que tiene encima una cruz de madera, hecha por sus amigos y tallada con su nombre; decorada con flores de cualquier color, arrancadas de cualquier jardín ajeno. Un niño que se llama Nicolás va a crecer sabiendo que a su papá se lo llevó la violencia. La violencia que no distingue buenos de malos, ni respeta inocentes, ni muchachos jóvenes que se ganan el pan vendiendo postres, y que juegan al fútbol descalzos en las calles de polvo amarillo, mientras todos los demás se esconden para vender drogas. Nicolás va a crecer en un hogar sin papá. O quizá con un papá de turno. Y con el tiempo, Nicolás va a entender que hace parte de algo mucho más grande que él mismo. Una sociedad que sólo va a perpetuar su desgracia con falta de oportunidades, educación deficiente y un sistema de salud donde uno sale más barato muerto que vivo. O tal vez nunca lo entienda. Sea cual sea el caso, lo cierto es que Nicolás va a pasar necesidades. Quizá las mismas que habría tenido qué pasar si a Wilson no lo hubieran matado en un fuego cruzado en gajes del oficio de la 'limpieza social'. O quizá más. No lo sabré yo. Lo que si se, es que Nicolás va a crecer en el odio. Lo he visto ya, muchas veces. Con el resentimiento de no haber conocido de su papá, más que lo que le han contado. Nicolás va a ver sufrir a su mamá y va a querer venganza. Nicolás nació hace apenas tres meses, pero ya tiene el destino trazado; los niños como él, vienen con el destino escrito clarito en la frente. Nicolás es solamente una tuerca en este engranaje infinito que es nuestra cultura violenta, el lastre que nos plantaron desde tiempos que no conocimos, de la historia que llevamos contando 53 años y que aún hoy, muchos se oponen a terminar. Ayer, en alguna conversación sobre política, alguien me preguntó en dónde se generaban los conflictos que nos convirtieron en este mito de país que somos hoy. Podría durar tres vidas y media enumerando las causas, pero ahora mismo sólo puedo pensar en Wilson y en Nicolás.