En la catedral de Colonia

¿Será que acá también es mala educación cruzar las piernas? He escuchado la misa en español, inglés, francés, latín y alemán. En todos los idiomas es exactamente la misma cosa, el rito es igualitico. Las mismas genuflexiones, las mismas reverencias. Las manos se usan igual; los gestos de los sacerdotes parecen casi calcados. Sólo cambia el sonido de la lengua. La Catedral de Colonia con todos sus 157 metros de altura me parece más bonita por las cosas pequeñitas que por su grandeza. Los azulejos del piso tienen grabados frases en idiomas antiquísimos que no entiendo y las palabras están dibujadas en unas letras contorsionistas que se expanden por casi todo el suelo. Los vitrales de las ventanas están pintados con muchísimas figuritas de colores. Cada ventana cuenta una historia distinta y sospecho que son pasajes bíblicos aunque de eso yo no sepa mayor cosa. Por las ventanas coloridas se asoma el sol a ratos y luego se va. Por esos cortos periodos de tiempo, las figuritas parecen tomar vida hasta que las nubes se llevan la luz y se vuelven inertes pedazos de vidrio otra vez. Cada rincón de este dinosaurio religioso tiene magia, hay mucha memoria aquí. Por fuera, la Catedral parece de cuento de brujas. Llena de cruces y de figuras de todo tipo, por primera vez en mi vida vi una Gárgola real. En la puerta de entrada hay un arco en pico que tiene incrustadas dos filas de estatuas talladas. Los santos son casi de tamaño real, da un poco de miedo porque las expresiones en sus caras son verosímiles pero los ojos los tienen perdidos. En esta catedral tan bonita de Koln se reunen muchos italianos, la mayoría pasados de los cincuenta y tantos años o eso me parece a mi. Los italianos que veo ahora hablan rápido y mueven mucho las manos. En ocasiones son exageradamente expresivos, no les falta la calidez de la que parecen carecer los alemanes pero reinan las cejas pobladas y los ceños fruncidos. Las italianas mayorsitas se cubren la cabeza con mantas de estampados pasados de moda, mientras que los hombres pasean rozagantes con los botones de sus camisas almidonadas abiertos. Parece que mostrar los pelos del pecho los hace más viriles. Mirándolos detenidamente me doy cuenta que describo un estereotipo y que nunca he conocido un italiano aparte de Francesco… Y él era la pura encarnación de ese estereotipo, pero joven. Habrá que ir a Italia y ver cómo son todos los demás. Todavía no entiendo cuál es el alboroto porque las mujeres se tapen o no. Las rumanas también usan abrigos pesados y pañuelos en el cuello, las Geishas se cubren desde la nuca hasta los pies y no veo a nadie rasgándose las vestiduras por ninguna de esas dos culturas. Es demasiado el tiempo que se pierde pensando en los problemas de los demás. Hace rato me llegó un recuerdo. De niña tuve muchas veces el mismo sueño y hace un momento, por fin lo entendí. Soñaba que estaba perdida entre un tumulto que hablaba sin parar y yo me hundía entre la gente sin entender una sola palabra. No había miedo, sólo confusión. El sueño, 20 años después viene a hacerse realidad. Sentada aquí, en estas escaleras de la catedral y escuchando a este barullo de gente no logro encontrar ni un fonema que se me parezca a nada. No reconocen mis orejas ni una sola palabra. Esta vez, tampoco hay miedo. Tengo 25 años y no entiendo nada.